7 de noviembre de 2012

El coñazo del independentismo


El tema me aburre un poco, principalmente por lo extremo de las posiciones. Tiene su lógica, es un tema más visceral que racional, las pasiones afloran fácilmente y los extremismos están a la orden del día. Pero todo eso me hastía. Me parece que se dicen tantas chorradas por una y otra parte que ni me apetece hablar de ello. Aunque supongo que está tan de moda que al final no puedo escaparme a decir algo…

Es difícil concretar lo que pienso sobre el tema, aunque lo intentaré. Primero, decir que los nacionalismos hoy en día me parecen absurdos y retrógrados, en muchos sentidos. No pretendo entrar en debate sobre ello (tampoco tiene sentido… volvemos a la visceralidad del tema y la escasa capacidad de raciocinio de unos y otros cuando les tocan supuestos temas “intocables”, que nunca he entendido por qué les excitan tanto; hablo tanto de los unos como de los otros, por supuesto). Pero parto de la idea de que, más allá de la lógica defensa de la propia identidad (un término algo vago también), el nacionalismo no tiene sentido en un mundo cada vez más globalizado; además de ser un concepto claramente insolidario y hasta racista (ya, ya sé que decir esto causa sarpullido, pero así lo creo), ya que implícito en todo nacionalismo, sea del tipo que sea, siempre hay un sentimiento de quererse diferenciar porque, en el fondo, se considera que lo propio vale más, es superior, de algún modo, a lo ajeno. Puede ser un sentimiento muy humano, no digo que no, pero desde luego es insolidario e impregnado de un desagradable tufillo a “orgullo de raza” (suavícese como se desee, pero algo de eso hay).

Una vez dicho esto… pues, por supuesto, hay que respetar el derecho a decidir. Eso lo tengo claro.

Pero lo que también tengo muy claro es que todo esto es una oportunista cortina de humo. En una de las comunidades con más déficit, una de las primeras en aplicar severos recortes sociales e imponer subidas de impuestos directas o indirectas (como el copago, o mejor dicho, repago sanitario), uno de los lugares donde lógicamente más descontento tenía que haber por todas estas razones… ahora sólo se habla de independencia y se ha olvidado todo lo demás. Y además, en vísperas de elecciones, cuando el partido que ha liderado todos esos recortes es el mismo que ahora abandera ese sentimiento independentista que ha conseguido eclipsarlo todo. Qué oportuno.

Se aprovecha, además, ese mismo profundo descontento social provocado por la crisis para volverlo en contra de “esa España” que es la causa de todos los problemas, la que “les quita ese dinero que es suyo”, identificándola como la causa directa de esa situación que viven sus ciudadanos.

Tampoco entraré al trapo, entre tantas cifras y declaraciones manipuladas por unos y por otros. Está claro que Cataluña es una de las regiones ricas de España, y como tal, en un estado solidario, es lógico que aporte al gobierno central más de lo que recibe, precisamente para permitir esa solidaridad, con una redistribución de la riqueza en la que las regiones más pobres puedan recibir más de lo que generan, en aras de una progresiva mayor igualdad. Lo mismo ocurre en la Unión Europea, y de ello nos hemos beneficiado en nuestro país (todo él) durante muchos años, recibiendo más de lo que aportábamos en nuestra condición de país económicamente por debajo de la media comunitaria. Esa es la esencia de la solidaridad. Cataluña no es la única región española en esa situación, en la que también están otras regiones “ricas”, como pueda ser la misma comunidad de Madrid. Pero claro, la solidaridad empieza a escocer en situaciones de crisis, y es un sentimiento lógico, que se está aprovechando con fuerza (no sólo ahora, es algo que viene de antiguo, y parte de la esencia de todo nacionalismo, que, por definición, es insolidario).

Cuando se señala ese tema, uno suele escuchar a menudo comentarios que apestan (así, claramente). Básicamente, en la línea de que se está subvencionando con el trabajo de unos la afición a la vagancia de otros, y cosas así. Vaya, curioso, creo que lo mismo dicen algunos en Alemania sobre España cuando se habla de la solidaridad europea, y entonces nos escuece, ¿eh? Claro, porque ahí nos toca recibir. Cuando es a nosotros a los que nos toca apoquinar para otros aún más pobres, entonces ya no se ve la cosa igual… Hay que joderse…

Me encanta Cataluña. Es una de mis regiones de España favoritas, junto con Andalucía. Soy asiduo de sus playas (Gerona-norte, sobre todo zona de Empuries-L’Escala) y sus Pirineos (Lérida, zona de Aigües Tortes); enamorado de sus vinos (Penedés, Priorato) y su gastronomía (aún tengo en el congelador algunas exquisitas butifarras “de pagés” traídas este verano; nada que ver con las grasientas basuras que venden en Madrid bajo ese nombre; y lástima que la longaniza –también de payés- se me terminara hace ya mucho…); y enamorado también de su capital, Barcelona, una ciudad con sus inconvenientes, como toda gran ciudad, pero apasionante y preciosa. Me encanta Cataluña, por muchas razones, igual que me encantan otras regiones de España y también otras fuera de ella. Y la verdad es que me resbala bastante lo que al final salga de todo esto, porque para mí va a seguir siendo igual: seguiré pateándome esas montañas de cuento salpicadas de lagos, seguiré bañándome en esas calas sin masificar en las que luego puedes tumbarte a la sombra de un pino, y seguiré disfrutando de sus embutidos y carnes a la brasa con un buen vino de la tierra (si no siguen subiéndose a la parra con los precios, como está ocurriendo últimamente…). Sus gentes seguirán siendo las mismas, y seguiré entendiéndolas aunque me hablen en catalán, un idioma que, idioteces aparte, me gusta mucho (sí, hay idiomas que me gustan porque sí, y el catalán es uno de ellos; me ocurre también con el alemán y el ruso, por ejemplo) y que entiendo perfectamente, aunque no sea tan estúpido como para “hablarlo en la intimidad” (salvo que se considere eso enseñar a mi hija trabalenguas en catalán, como el de “setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat”). Sí, pase lo que pase, yo seguiré disfrutando de Cataluña igual que lo hago ahora, e igual que disfruto, por ejemplo, de Roma (otro lugar encantador para mí) aunque tenga otra bandera y otro gobierno (cosas que, de hecho, también tiene ya Cataluña… si la verdad es que le veo tan poco sentido a todo esto…).

Por todo ello, la verdad es que todo este jaleo me la repampinfla bastante, porque, en el fondo, mi vida no va a cambiar… y tampoco creo que en el fondo cambie apreciablemente, ni para bien ni para mal, la de los propios catalanes, pase lo que pase, por mucho que unos amenacen con el infierno y otros con el paraíso (pamplinas en ambos casos). Pero me apena y, sobre todo, me jode que se utilice todo esto para manipular a la gente por parte de los mismos de siempre. Tanto unos como otros.

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